Hoja de ruta para separarte y llevarte bien con tu ex

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Nos han contado siempre el cuento de que cuando termina el amor empieza el odio. Y esta idea tan arraigada impide, claro, los finales más o menos felices. Nadie dice que separarse tenga que ser una fiesta –es un momento muy doloroso–, pero sí se puede poner un broche sano o, al menos, correcto a la relación. Por el bien de los dos miembros de la pareja, para empezar, pero también por el de los hijos, si los hay. Parece algo tan obvio, fácil y ventajoso para todos… Entonces, ¿por qué conocemos a tan pocas parejas que se hayan separado bien, sin broncas cósmicas, ni reproches duraderos y amargos, sin dardos envenenados de por vida? Y el más difícil todavía, ¿por qué aún hay menos ‘ex’ que se lleven bien y sigan queriéndose (de otra manera, vale, pero queriéndose al fin y al cabo)? Pues he aquí la respuesta a ambas preguntas: «Porque hemos roto ‘mal’, saltándonos fases», explica Cecilia Martí, autora de ‘El divorcio que nos une’ (Plataforma Editorial) junto a Eva Bach.

En esta especie de guía para separarse de la mejor manera posible, ambas expertas desvelan cuáles son los errores que impiden llevar a cabo este cambio vital de forma civilizada y sin rencores que salpiquen a toda la familia.

Cuando la pareja ha tomado la determinación de que va a estar mejor por separado (uno siempre da el primer paso y el otro se suele sorprender, aunque normalmente ambos lo veían venir igual), lo conveniente es iniciar el proceso con un ‘esto es lo que hay, vamos a ver qué hacemos con ello’. «O, mejor aún, vamos a darnos el tiempo necesario para hacer algo bueno con ello», apuntan Martí y Bach.

Enredarse en el arranque con trapos sucios no es práctico. Estamos en el momento de la determinación, de querer hacerlo bien. ¿Eso quiere decir que no hay que mirar atrás? No. Eso, a continuación…

  1. Reconciliarse con el pasado

«Si no, no hay futuro posible», aseguran las expertas. Si nos saltamos este peldaño (doloroso y complicado porque estamos en una fase muy emocional), «seremos presas del resentimiento o puede que repitamos en el futuro los mismos patrones y errores que nos han llevado a donde estamos. Por eso, las expertas no están de acuerdo con el dicho de que ‘no hay que ir hacia atrás ni para coger impulso’. Suena bien lo de hacer las paces con el pasado, vale, ¿pero cómo diablos se hace? «Partimos de emociones dolorosas, sí, y eso es negativo. Pero si miramos atrás también vemos que ha habido amor, aprendizaje, crecimiento juntos, buenos momentos, a veces hijos… Así que también existen aspectos positivos –repasa Martí–. Y, si queremos que a la larga prevalezca esta mirada, debemos empezar a reconocer estas cosas». Es decir, no quedarse con que toda la relación ha sido una pérdida de tiempo o un valle de lágrimas (con la salvedad de casos de maltrato que las autoras no dejan de subrayar). Nosotros elegimos la historia que nos vamos a querer seguir contando el resto de nuestra vida.

Martí y Bach son tajantes en este punto. Han visto demasiadas veces cómo supuestas ‘solidaridades’ de amigos y familiares con los que se separan se acaban convirtiendo en cómics de buenos y malos, de víctimas y culpables. Hay que huir de los que se erigen en jueces y buscan tomar parte por uno o por otro. Muchas veces meten cizaña. Son un elemento que sobra. Sólo se permite, eso sí, el apoyo, «pero no críticas y acusaciones».

Si alguien pensaba que este reportaje era algo así como una guía para no sufrir con una separación, se equivoca de lado a lado. Si se hace bien, debe haber una cuota de sufrimiento que debemos pagar al contado para no tener que ir luego por la vida haciéndolo a plazos. Si nos bloqueamos y no sentimos dolor, no podremos superarlo.

«Es un proceso de duelo que requiere tiempo y calma. Mucha gente me pregunta, ¿cuánto va a durar? Pues depende de cada cual», indica Martí. Según explican las autoras, es bastante común que los miembros de la pareja inicien el proceso bastante bien, con buenas intenciones: en ese estadio tienen el sentimiento de pérdida a flor de piel, pero no el de la rabia, que aparece después. «Y esa rabia hay que admitirla y sacarla», insisten. Pero no instalarse en ella. Pasado este episodio, ya llegamos a la fase de reconocimiento, de asumir que todo ha cambiado y que la vida ya será otra a partir de ese momento.

Sólo queda, para llegar al final de la hoja de ruta, un paso complicado: mirar a la pareja (que ya no lo es) con otros ojos. Reconocer que hubo amor (por un periodo más largo o más corto) y darle un lugar en tu vida, sobre todo si hay hijos de por medio. Pero, ojo, tenemos que dejar de tratarla cuanto antes como la persona que estaba a nuestro lado. Porque ya no lo es. «No resulta sencillo», indica Martí, pero es necesario. La fórmula ideal es seguir considerándose familia de alguna manera, establecer una suerte de parentesco con los ‘ex’ (y con sus padres y hermanos con los que tuvimos trato). Ya no somos pareja, pero somos algo. Es lo que se llama un divorcio a la islandesa. «Allí se separan muchísimo y es normal que tengan hijos de distintas parejas y que todos se consideren familia –explica Cecilia Martí–. Y si un niño celebra un cumpleaños, se juntan todos: parejas, exparejas y sus respectivas familias.

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